lunes, 28 de noviembre de 2011

98.

El frío era intenso. Las manos cada vez sentían menos, y los labios cada vez eran más morados. No sabía a dónde iba. Pero quería llegar antes de perder los dedos de los pies. ¿Se le podía congelar el cerebro viva?
Entonces lo vio. Su casa. Con la chimenea echando humo, y la ventana con la luz encendida. Sabía que no debía. De los errores se tenía que aprender. Pero a ella eso de aprender no se le daba muy bien; y el frío intensificaba las ganas de estar entre sus cálidos brazos.
Ya había tropezado varias veces con las misma piedra. Y siempre que se levantaba, volvía a dirigirse hacia ella con el mismo propósito que las anteriores. Y una parte de ella le intentaba hacer recapacitar. Ya no podía ser esa niña ingenua que se dejaba llevar y acababa haciéndose daño. Tenía que madurar y ser adulta....pero madurar tampoco era lo suyo. Así que siguió hacia delante, atravesando la fría noche. Ya le tocaría madurar más tarde. Mientras tanto, se equivocaría una vez más.

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