viernes, 18 de noviembre de 2011

88.

Decía que su destino estaba escrito en estrellas negras. Que sí era posible, y que sólo se asustaba con un Tenemos que hablar. Que estaba harto de todo, de todos; y que nunca era problema suyo. Su modestia decrecía a medida que aumentaba su ego. No estaba bien, bueno, en verdad, nadie lo estáLe sobraban horas a sus noches, y necesitaba energía por las mañanas. El recorrido de tu mano hasta tu hombro se lo tomaba con calma, como si quisiera comprobar que cada poro de tu piel se estremecía a su tactoEsto era un hecho. Mataba el tiempo entre poemas de Bécquer, y televisiones encendidas a las que nadie prestaba atención. Le llamaban iluso, y Alejandro, que para él era lo mismo.
Su mundo se resumía en ella, ella, y ella. Pero aquello no era recíproco. Y tarde o temprano, las diferencias se notan, los pilares ceden, y la "perfecta" estructura de su mundo, se viene abajo.
O, simplemente, se va.

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